Capítulo 2
Conociéndome a mi misma
Poco a poco iban surgiendo en mí nuevas capacidades, pero me quedaba tanto por aprender.Necesitaba que alguien orientase mis pasos, necesitaba que alguien me instruyese, me ayudase a potenciar lo que de forma innata había en mí y descubrir todo lo que podía llegar a hacer. Y sobre todo, necesitaba que me dieran respuestas: ¿por qué yo?, ¿había alguien más que pudiera hacer lo que yo hacía?, estaba casi segura de que mi padre y tata Antonia sabían más de lo que parecía.
Cuando contaba 15 años mí día a día aún era como el de una adolescente casi normal. Levantarse, ducharse, desayunar, ir al instituto, etcétera, etcétera y más etcétera. Y en ese día a día las únicas personas que me acompañaban eran mi tata Antonia y mi mejor amigo, Jorge, que para mí era como un hermano.
Conocía a Jorge desde siempre. Desde la guardería habíamos estado juntos. Teníamos una relación muy estrecha, muy especial, nos los contábamos todo. Bueno, más bien casi todo, pues me costaba desvelar mi gran secreto, tenía miedo que no lo comprendiera y para mí perderle era un duro golpe que no estaba dispuesta a provocar. Éramos almas gemelas, hasta teníamos un cierto parecido físico. Ambos con los ojos claros, yo azules y él verde agua, el pelo de un color entre castaño claro y rubio ceniza, la piel tostada, complexión normal, más o menos la misma altura, pues Jorge era un poquito más alto que yo. Nos parecíamos tanto que muchas veces la gente nos preguntaba que si éramos hermanos. Para rizar el rizo, cumplíamos los años casi el mismo día pues yo nací el 21 de septiembre de 2002 a las doce menos cinco de la noche y él el 22 de septiembre de 2002 a las doce y cinco de la noche. Siempre bromeábamos sobre aquello y fingíamos que éramos dos hermanos separados al nacer que con el tiempo volvían a encontrarse sin saber que eran hermanos en realidad, como en las novelas románticas antiguas.
Corría el año 2018, aunque no lo pareciese en mi casa. Todo un vertiginoso mundo de avances tecnológicos constantes revolucionaban cada rincón del planeta, pero eso no iba con la vida que llevábamos. Mi casa y mi entorno más cercano parecían estar atrapados en el tiempo, pues los únicos avances con los que contábamos en el viejo caserón de principios del siglo XIX eran la electricidad y el agua corriente. Bueno, también tenía un móvil que mi tata me regaló solo para emergencias a escondidas de mi padre. No sé por qué pero tenía terminantemente prohibido que en la casa hubiese cualquier objeto moderno. Por no haber no había ni televisión, ni ningún tipo de electrodoméstico, a excepción de una vieja aspiradora. Si no llega a ser por el colegio, nunca hubiera sabido cómo era el mundo en el que vivía. Tenía curiosidad, pero no echaba de menos nada. No se puede echar de menos algo que no has tenido nunca.
Para ser más exactos nos encontrábamos en el mes de septiembre, tan solo faltaba una semana para cumplir 16 años. Este hecho para una adolescente normal era toda una experiencia, lo más emocionante, hacerse mayor, dejar de ser una niña. Un día especial para estar rodeada de tu familia y amigos, elegir los más mínimos detalles de tu fiesta: ¿qué me pondré?, ¿a quién invitaré?, ¿dónde lo celebraré?, ¿qué me regalarán?… Qué maravilloso. La verdad es que soñar no cuesta nada, porque eso sí, imaginación no me faltaba. No hay nada como soñar despierto, no hay límites. Pero mi cumpleaños no sería así, de hecho nunca había sido así. Nunca había podido celebrar mi cumpleaños por expreso mandato de mi padre. Pero eso no era impedimento para que mi tata hiciera una pequeña celebración clandestina. En aquellas fiestas había tarta y cuento, pues ella me preparaba a escondidas una rica tarta de chocolate con galletas y me contaba un cuento. Cada año uno distinto, aunque todos ellos hablaban de reinos lejanos, del poder de la magia, de seres extraños, de parajes maravillosos. Era tan bonito escucharla, era como viajar realmente a aquellos lugares. Adoro y recuerdo con cariño cada uno de los momentos que he vivido con ella.
Faltaban pocos días para mi cumpleaños, en una semana tenía una cita con mi tata. Cada año me pasaba una notita bajo el plato del desayuno en la que lo primero que veía era un ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! y posteriormente una serie de pistas que me conducirían al lugar donde nos reuniríamos para celebrarlo. Siempre íbamos a un lugar diferente, no había que levantar sospechas. Era muy emocionante seguir las pistas que me llevaban a ella y a un día inolvidable. Jamás me hizo falta que mi padre se acordara de mi cumpleaños, ni que lo celebrase conmigo como un padre normal. Puede que al principio, cuando era más pequeña, me enfadara por su ausencia, pero mi tata y Jorge hacían que todos los días de mi vida y, especialmente en mi cumpleaños, me sintiera especial y querida.
Una tarde, estaba en casa, eran más o menos las cuatro, tumbada en mi cama, miraba al techo sin nada especial en qué pensar. De repente, oí un ruido en el piso de abajo. El ruido parecía venir del despacho de mi padre.
—Qué raro —pensé.
A esas horas nunca había nadie en el despacho. Las únicas personas que entraban allí eran mi padre, el ama de llaves y la señora de la limpieza, eso sí, nunca a esas horas. ¿Quién estaría allí?, ¿qué estaba ocurriendo allí dentro? La curiosidad me estaba matando.
Me levanté de la cama, miré por la ventana. Afuera las hojas de los árboles comenzaban a caer y amontonarse. La tristeza y la melancolía del otoño se aproximaban poco a poco. Cielos grises, las hojas amarillentas, el ambiente plomizo, la gente que hasta hacía poco bullía por las calles con la alegría de los días de sol y de las noches cálidas a la luz de la luna bañada por miles de estrellas, disfrutando del hermoso paisaje que nos rodeaba, empezaba a escasear. Bosques frondosos rodeaban el pueblo, el sonido ambiental estaba poseído por las olas rompiendo contra un acantilado cercano. El paisaje salvaje tan solo era roto por apenas unos pocos caserones sacados de otro tiempo. Mientras observaba aquel espectáculo natural, olvidé
por un momento lo que me había llamado la atención momentos antes hasta que volví a escuchar ruido en el piso de abajo. La curiosidad volvió. El ruido no cesaba, cada vez era más fuerte pero, ¿quién estaría allí y porqué estaba haciendo tan notoria su presencia?
Siempre había permanecido inmóvil ante lo que me rodeaba, nunca había tomado partido en nada, jamás me había pronunciado sobre nada y creedme: ya estaba hasta el mismísimo gorro. Pero ya no estaba dispuesta a permanecer más en silencio, no pensaba ser más espectadora de sucesos cambiantes y no participar.
Embargada por mis nuevos y revolucionarios pensamientos, salí de mi habitación y comencé a correr escaleras abajo en dirección al despacho de mi padre, con tanta decisión que ni yo misma podía creerlo. Era una mezcla muy rara de valor y miedo a partes iguales, algo poco agradable y nada fiable.
—¿Qué haré cuando llegue? —pensé.
Si me encontraba con él, frente a sus gélidos ojos verdes, su voz grave, su gesto inamovible, ¿qué le iba a decir? Las probabilidades de que me quedara inmóvil, que el miedo me helara la sangre y la voluntad eran demasiado altas. Aunque, por el contrario, tal vez sacara el valor que al fin y al cabo muy en el fondo llevaba dentro, el valor que en otras circunstancias y con otros protagonistas, probablemente, no tendría ningún problema en mostrar, ¿por qué le tenía tanto miedo?
En aquel instante la ansiedad nublaba la mente y los sentidos. En mí concurrían una serie de sentimientos y emociones encontradas. El corazón palpitaba con tanta fuerza que sentí que me iba a desmayar de un momento a otro. Pero no, en ese momento pasó algo, algo que nunca, hasta entonces, me había pasado, algo increíble. Todo a mi alrededor parecía que transcurría a cámara lenta, mis sentidos se agudizaron, el tiempo prácticamente se había parado. Y allí estaba yo, paseándome en el lugar de las horas muertas, todo se había ralentizado. Miré por la ventana del pasillo y pude comprobar cómo un pájaro movía lentamente las alas, se sostenía suspendido en el aire sin apenas moverse. Seguí caminando hacia el despacho de mi padre observando la lentitud con la que todo se movía. En mi camino, me encontré con la señora de la limpieza pasando la vieja aspiradora. Me puse frente a ella, parecía no verme. El sonido de la aspiradora sonaba como el eco de su propio sonido rebotando en las paredes de una cueva, de forma continua y monótona. Pasé sin más frente a ella en dirección a mi objetivo.
Pronto llegué a mi destino. Lo hice en el momento apropiado, justo en el instante en el que mi padre salía del despacho, parecía una estatua de frío mármol. La puerta estaba totalmente abierta, me invitaba a entrar. Todo un mundo de incógnitas se agolpaban en mi mente y todas las posibles respuestas se encontraban tras esa puerta. Dudé brevemente si seguir o no adelante en mi propósito. A pesar de permanecer inmóvil no tenía la total certeza de que no sintiera mi presencia. Podría ser consciente de que estaba frente a él y cuando aquel estado situado fuera del tiempo acabase, ¿qué pasaría? Pronto despejé cualquier sombra de duda de mi cabeza, me prometí a mí misma no volver a tener miedo y buscar la verdad por encima de todo. Esquivé a mi padre. Tras él había una estancia muy amplia donde la luz inundaba cada rincón. Grandes ventanales aderezados por tupidas cortinas color granate, que permanecían plegadas, daban a la estancia la sensación de estar flotando en el cielo. Desde los ventanales, que daban a la parte delantera de la casa, se podía ver un hermoso paisaje lleno de vegetación. En el horizonte, una fina y luminosa línea azul. Era el mar besando al cielo en un puro acto de amor, esa imagen evocaba tranquilidad y bienestar. Me sentí tan bien, tan relajada que mi corazón desbocado encontró la paz que necesitaba y, sin poder controlar lo que en mí pasaba, el tiempo volvió a ser lo que era. La puerta se cerró tras de mí dejándome claro que todo había vuelto a la normalidad. Oí el sonido de la llave dar dos vueltas en la cerradura, mi padre me había dejado encerrada allí dentro.
—¿Cómo saldré de aquí? —pensé algo alterada. Pero unos segundos después me dije a mí misma, —busca a toda prisa algo que te ayude a contestar tus preguntas y luego ya veremos.
Miré a mi alrededor. A ambos lados de la habitación había dos estanterías que cubrían la pared entera con cientos de libros ordenados alfabéticamente. Justo al frente, y entre dos pilares de estilo jónico, una enorme chimenea con dos extrañas y pequeñas gárgolas situadas una a cada lado de la misma. No sabría decir de qué tipo de animal eran, no había visto nada parecido en mi vida, ni siquiera en las ilustraciones de las novelas de terror más tétricas. Sobre la chimenea un enorme cuadro tapado con un telar de terciopelo granate. Me acerqué al cuadro y, sin dudarlo ni un segundo, alargue la mano para quitar aquel pesado telar. Al caer al suelo ahí estaba ella, una mujer bellísima de ojos azules junto a un apuesto muchacho. Lo que más me llamó la atención fue su potente y, al mismo tiempo, cálida mirada, parecía una mujer segura de sí misma con una fuerza que traspasaba el cuadro más allá del espacio y del tiempo. El joven que la acompañaba la miraba con tanto amor, se notaba que estaba abrumado por la presencia de tan imponente mujer. Me acerqué a la inscripción que había bajo el cuadro y en él pude leer “Airam y Leafar”.
—Qué nombres tan poco comunes—, pensé.
Me quedé mirando a aquella mujer unos minutos. No me hizo falta mucho tiempo para pensar en lo que para mí era más que evidente: aquella mujer era mi madre, sin ninguna duda. Cualquiera podría decir que aquello era una mezcla de falta de cariño y una increíble necesidad de ver a mi madre, pero es que, o yo lo quería ver así, o ella y yo guardábamos un increíble parecido. Para mí ella era mi madre, mi madre. Las palabras resonaban en mi mente y en mi corazón de tal forma que la emoción recorrió cada milímetro de mi cuerpo dándome un profundo escalofrío. En ese momento lo supe, era ella, pero, ¿quién era el muchacho que la acompañaba? El lenguaje corporal me decía que ambos parecían estar muy enamorados, pero había una cosa en la que no dudé, ese muchacho no era mi padre. ¿Quién sería él y qué hacía junto a mi madre? No creo que mi padre tuviese con agrado un retrato de mi madre con alguien en actitud cariñosa que no fuese él.
Después de quedarme algunos minutos observando embelesada aquel cuadro y cada uno de sus detalles, volví a tener algo de sentido común y comencé a registrar el despacho en busca de respuestas antes de que mi padre volviese, asunto que en ese momento aún no sabía cómo iba a afrontar.
Empecé a buscar en un enorme escritorio de estilo victoriano que estaba frente a uno de los grandes ventanales, que prácticamente rodeaban la habitación. Era de un bonito color caoba envejecido por el tiempo, tenía muchos compartimentos y cajones.
Los abrí uno a uno registrando su interior con mucho cuidado de dejar todo tal y como me lo había encontrado, mi padre era un loco maniático que era incapaz de ver nada fuera de su sitio. Tan solo encontré material de oficina, es decir, nada interesante. Cajón tras cajón los minutos pasaban y no había encontrado nada que arrojase luz sobre las sombras que envolvían mi vida. Empezaba a estar muy enfadada, no había nada sospechoso en la estantería de libros, ni tras los cuadros… ¿Eso era todo?, entonces, ¿por qué tanto secreto?, ¿por qué cerrar aquella habitación con llave si no había nada importante que llevarse? Estaba indignada, tenía ganas de gritar. Cegada por la rabia le di una patada al “puñetero” escritorio.
—¡Ahhhh! —chillé.
Sentí tanto dolor que parecía que le hubiese dado a un bloque de mármol. Mientras cojeaba dando saltitos de un lado para otro, quejándome por el intenso dolor y pensando en lo estúpida que había sido, oí un ruido que venía del interior del escritorio, era como si tras la patada algo se hubiese abierto bajo aquel armatoste. Me arrodillé y metí la cabeza bajo el escritorio. Un compartimento secreto se había abierto, lo terminé de abrir y vi que en su interior había un libro muy antiguo, que parecía estar hecho de algún tipo de piel, no sabría decir de qué animal, y junto al libro una llave de latón con restos de haber sido de un tono dorado. Los cogí con mucho cuidado y los puse sobre el escritorio. Estaba nerviosa y emocionada a partes iguales. El libro parecía tener cientos de años, la cubierta estaba forrada en piel color marrón oscuro, con bordes dorados y tenía dos letras mayúsculas grabadas en la cubierta, AO, rodeadas por un círculo de flores extrañas, flores que no reconocía entre las más comunes. Era una maravilla, fascinaba incluso sin haberlo abierto aún. Antes de decidirme a abrir el libro miré la llave de latón con restos de un viejo baño dorado. Por lo que yo sabía, ninguna de las cerraduras de la casa eran para llaves de ese tipo.
La casa era antigua, pero las puertas, como muchos elementos de la casa, fueron repuestas en diversas reformas. ¿De dónde sería? Una vez observé la llave repasé mentalmente posibles cerraduras que podría abrir, después de no llegar a ninguna conclusión, la metí en el bolsillo del pantalón volviendo a fijar mi atención en el libro. Extendí la mano para abrirlo. Estaba tan nerviosa. En él seguramente encontraría lo que andaba buscando: saber por fin quién era mi padre, quién era mi madre y en definitiva quién era yo misma…, pero no pudo ser, por lo menos en aquel momento, pues la puerta del despacho estaba a punto de ser abierta.
—¡¿Y ahora cómo salgo de esta?! —pensé muy sobresaltada—. Si pudiera volver a detener el tiempo —me dije a mí misma.
Cogí el libro, cerré el compartimento bajo el escritorio y rápidamente me escondí tras las tupidas y opacas cortinas de terciopelo granate que colgaban a los extremos de los enormes ventanales. Una decisión precipitada y tal vez demasiado estúpida, no había dónde esconderse y fue lo primero en lo que pensé, estaba segura de que me pillaría nada más entrar.
Nuevamente el corazón galopaba alocadamente, la puerta se estaba abriendo.
—¡Me va a pillar, me va a matar! —grité en mi mente.
No podía respirar, la tensión, la presión era demasiada, cerré los ojos con fuerza, la respiración entrecortada, el corazón latía a toda prisa, pum, pum, pum, pum. Apreté el libro contra mi pecho y pensé, —ojalá nunca me hubiese movido de mi habitación…, ojalá estuviese a salvo…—. A continuación..., el silencio. Dejé de oír cómo se abría la puerta.
—¿Se habrá marchado? —me dije a mí misma con los ojos aún cerrados y con el libro aferrado a mi pecho.
Pasaron unos segundos. El silencio era abrumador. Cuando por fin me atreví a abrir los ojos no podía creerlo.
Pero…, ¿cómo...? De pie, en medio de mi habitación con el libro aferrado a mi pecho y la llave metida en el bolsillo de mi pantalón, me encontraba con la mirada perdida y sin saber qué hacer. Me senté en la cama, incrédula y algo mareada por el viajecito. Mis poderes iban más allá de lo que imaginaba, crecían a pasos agigantados. Me vi desbordada. Necesitaba que alguien me ayudase a controlar y comprender lo que me estaba pasando…, y la pregunta no se hizo esperar... ¿Hasta dónde podría llegar? A pesar del poderoso don que tenía entre mis manos me sentía frágil y sola.
Ya no aguantaba más, la situación se me escapaba de las manos. Se lo tenía que contar a mi tata, ella era la única que podía ayudarme.
Cuando me recuperé del shock, separé el libro de mi pecho, lo puse sobre la cama.
—¿A qué estás esperando, ábrelo?—. Aquellas palabras flotaron en mi mente y sin más lo abrí.
La primera página era preciosa, estaba enmarcada por un marco del mismo tipo de flores que había en la portada. Estas flores serpenteaban entre una especie de enredadera que emulaba el movimiento hipnotizador de una cobra bailando al son de la música de un encantador de serpientes. En el centro, escritas a mano, con una excelente caligrafía, en un idioma que no conocía, pero que en el fondo me resultaban familiares, palabras que eran tan contundentes como mágicas: “ZUL AL ED SAZREUF SAL”
¿Qué dirían aquellas palabras?
Fui avanzando página tras página y todas ellas estaban repletas de palabras que no entendía, de dibujos, de seres imposibles y de extraños sortilegios, pócimas y rituales mágicos. Sin duda alguna era un libro de magia.
Mi padre era como yo. Supongo que era de esperar, las cosas no surgen de la nada así como así. Mi padre, y supuse que una larga estirpe de seres poderosos, eran mis antecesores.
Rápidamente la idea de que precisamente él contara con poderes, al igual que yo, más que alegría me daba miedo, escalofríos. ¿Cómo podría enfrentarme a un ser con el alma negra y que contaba con, seguramente, más poderes que yo y con más control de ellos? Si hasta ese momento le tenía pánico, en adelante sería una auténtica fobia. Un profundo suspiro salió de mis labios, tenía que devolver lo más inmediatamente posible el
libro y la llave. Pero no estaba segura de que pudiera volver a conseguirlo. Teniendo en cuenta que el hecho de conseguirlo había sido más por suerte que por el control que tenía de la situación, no las tenía todas conmigo.
Sentí la necesidad de salir corriendo y no mirar atrás.Volví a respirar hondo. Tenía que buscar a mi tata, ella me ayudaría.
Escondí el libro y la llave bajo las mantas que había en un viejo baúl situado a los pies de mi cama. Salí de la habitación cerrando la puerta tras de mí y me dirigí al jardín, allí seguramente la encontraría, era una fanática de las rosas, le encantaba mimarlas. Ella misma las había plantado en el jardín que había tras la casa, era extraordinario, era capaz de hacer florecer hasta el rosal en peor estado.
Corrí escaleras abajo, pasé por varias estancias hasta llegar a la cocina, una vez allí salí al jardín directamente. Tal y como esperaba, mi tata permanecía ocupada practicando su quehacer favorito. Me acerqué con la ansiedad de sentirme segura. Puse mi mano sobre su hombro, se dio la vuelta, la miré a los ojos, no salía palabra alguna de mis labios, era demasiado para mí.
Tenía la cara y las manos manchadas de tierra. Mi tata era una señora bajita y algo rellenita, de pelo cano y sonrisa amplia. Tenía los ojos azules y su piel era fina y blanca como la más delicada porcelana china. Sus manos, siempre suaves, eran capaces de todo, era bastante mañosa. Me miró dulcemente y me dijo:
—¿Tienes algo que contarme, hija? —me dijo al verme
tan preocupada.
—Sí.
Al fin podría decírselo todo, no había nadie mejor en el mundo a quien confiarle mi gran secreto. Me sentía tan aliviada por poder liberarme de aquel peso que llevaba tanto tiempo asfixiándome. La tenía frente a mí, dispuesta a escucharme y no podía pronunciar palabra alguna.
—Bueno, cariño, empieza, no será para tanto.
—He entrado en el despacho de mi padre —dije después de tragar saliva. Pensé en no dar rodeos, cuanto antes mejor.
—¡¡¡¡¡¿Qué?!!!!! —contestó sobresaltada.
—No te enfades, tenía que hacerlo, es que…
—¡Es que nada!, ¿te has vuelto loca?, ¿cómo es posible que no me haya dado cuenta? Jamás hubiera pensado que te atreverías a semejante temeridad.
—Tata, tranquila. No me ha visto nadie.
—Como tu padre se entere no puedes ni llegar a imaginar qué puede llegar a hacer.
—No lo sabe, pero puede que no tarde en darse cuenta.
—¡¿Se puede saber qué has hecho?!
—He cogido unas cosillas.
—No me lo puedo creer. ¿Qué has cogido?
—Un libro y una llave que había en un compartimento secreto situado en la parte inferior del escritorio de su despacho.
—¡Sé más específica por favor!
—Un libro muy antiguo con palabras que no entiendo y una llave de latón con restos dorados.
—Te juro que a mí me va a dar algo —afirmó mientras se sentaba en una enorme roca que había junto a los rosales—. ¿Tú sabes lo que has hecho? No puedes ni llegar a imaginar lo que puede ocurrir si tu padre se entera de que tienes ese libro.
—Pues, evidentemente, no. No tengo ni idea de lo que está pasando, si estuviera mejor informada, lo más probable, es que no hubiera ido a curiosear.
—¿Encima te pones chula?— la paciencia se le agotaba por momentos.
—No, pero no sé a qué viene la gravedad del asunto. ¿Qué son exactamente ese libro y la llave? Si no me lo explicas no lo entiendo. Para mí, teniendo en cuenta lo que sé, como mucho me pueden echar la bronca por registrar el despacho y coger algo que no es mío. Pero por lo que tú dices es como si hubiese algo más importante que desconozco —le dije para obligarla a hablar de lo que ambas estábamos pensando.
—Hay que devolver lo que has cogido.
—Esto quiere decir que no me vas a explicar nada, ¿verdad?
—Aún no.
—No estoy de acuerdo con lo que estás haciendo, pero tendré que hacer lo que me digas, no me queda más remedio. ¿Y cómo lo hacemos?— mis palabras sonaban a un auténtico chantaje emocional, el problema es que mi tata no se dejaba engañar fácilmente.
—¿Cómo que no sabes cómo hacerlo?, pues de la misma manera que lo conseguiste. Por cierto, ¿cómo lo has conseguido? —me preguntó con un demoledor tono de ironía.
—Si yo te contara...
—Lucía, deja de marearme y ve al grano, no está el horno para bollos.
—No te lo vas a creer.
—Te sorprenderías de lo que puedo llegar a creer.
—¿Cómo?— ambas estábamos rondando el mismo tema y ninguna daba el primer paso.
—¿Me lo vas a contar hoy o mañana? Venga hija mía, cuando termines de decírmelo no tendremos tiempo ni de reaccionar, tu padre nos cazará antes.
—Bueno, allá voy…, tengo poderes. ¡Uf!, que mal suena esto, suena a que estoy loca.
—Tienes poderes.
—Sí.
—¿Desde cuándo?
—¿Desde cuándo?— decididamente no era la pregunta que esperaba oír.
—No puedo sorprenderme por algo que en ti es y será tan natural como respirar. Algo que te pertenece desde antes de nacer. Eres la heredera de un poder inimaginable. Por lo pronto tan solo puedo decir que en unos días todo cambiará. El día anterior a tu cumpleaños lo sabrás todo, hasta entonces tenemos que pasar desapercibidas. No debemos hacernos notar y sobretodo hay que volver a poner el libro y la llave en su sitio, no queremos que nada se estropee.
—Te juro que no entiendo nada, no solo no te sorprendes de lo que estoy hablando, más bien todo lo contrario. Parece ser que sabes más de lo que pensaba y no puedes ni llegar a imaginar cuánto me alegro porque yo tengo tantas preguntas que hacerte...
—No te aceleres, Lucía, todo llegará a su tiempo, la paciencia es una virtud.
—Es que…
—Paciencia, hija. Siempre estaré a tu lado y te prometo que responderé a todas tus preguntas en cuanto me sea posible. Pero ahora centrémonos. ¿Cómo conseguiste el libro y la llave?
—Bueno, a ver por donde empiezo… Estaba en mi habitación, escuché un ruido en el despacho de mi padre y fui a ver qué pasaba y a buscar las repuestas a las cientos de preguntas que me rondan la cabeza y no me dejan vivir. Por el camino estaba tan nerviosa que no sé cómo pero ralenticé el tiempo y tuve la suerte de que mi padre estuviera saliendo del despacho en ese mismo momento. Al quedarse prácticamente paralizado y con la puerta totalmente abierta, me colé dentro. Tras registrar la habitación me encontré el libro y la llave en un compartimento secreto que hay en el escritorio que se abrió casualmente al darle una patada al escritorio.
—¿Por qué le diste una patada al escritorio?
—Porque había estado buscando por toda la habitación sin encontrar absolutamente nada y me enfadé tanto por haber provocado esa situación para no obtener ningún resultado que la ira contenida la descargué dándole una patada al escritorio. Fue tremendamente doloroso.
—Tus poderes van creciendo poco a poco, ¿verdad? Por cierto, ¿cómo saliste de allí?
—Alguien estaba a punto de entrar, supongo que mi padre o el ama de llaves, ya que nadie más tiene las llaves del despacho. Deseé estar en mi habitación y sin más ocurrió.
—Entiendo. Aún es demasiado pronto, todavía no controlas los poderes, simplemente actúas por impulsos. No te preocupes, no tardarás en hacerte con ellos.
—Entonces, ¿cómo lo haremos? No nos podemos fiar de mis poderes. Seguramente no actúen cuando nos hagan falta realmente.
—Déjame pensar. Es cierto que no podemos utilizar tus poderes por el momento, puede salirnos el tiro por la culata. Se me ocurre que podríamos hacernos con las llaves del despacho y entrar cuando nadie nos vea.
—Pero, los únicos que tienen esas llaves son mi padre y el ama de llaves y no creo que quitárselas a mi padre sea tarea fácil.
—Nuestro objetivo es engañar al ama de llaves. Será mejor esta opción que fiarnos de tus inestables poderes.
—Pues no sé qué es más difícil controlar mis poderes o quitarle las llaves al Can Cerbero.
—Nunca mejor dicho…
—¿¿Qué??
—No, nada, no me hagas caso.
—Por cierto, ¿cómo lo vamos a hacer? Yo jamás he visto a esa mujer sin sus amadas llaves. Yo creo que son una extensión de su propio cuerpo —dije con cierta ironía.
—Solo hay un momento en el día en el que no las lleva encima...
—¿Cuando está durmiendo?
—No, creo que hasta durmiendo las tiene cerca.
—¿Entonces cuándo?
—Cuando se ducha. Todas las mañanas a las 7:00 en punto como un reloj procede a su aseo diario. Lo sé porque, como ya sabes, mi habitación y la suya están contiguas la una a la otra y en las habitaciones del servicio las paredes y el papel se llevan poco. Con decirte que la oigo roncar como un perro todas la noches…
—Sigo sin saber cómo lo haremos. Con lo bruja que es seguro que se las mete en el baño con ella.
—No te preocupes, no va a hacer falta que nos metamos en la ducha con ella. No creo que sea nada agradable. Vamos, piensa un poco. ¿Quién va al despacho de tu padre a las 7:00 en punto de la mañana?
—No lo sé, yo a esas horas aún estoy durmiendo.
—¡Hija, parece que no vives aquí!, bueno da igual. Es la señora de la limpieza.
—¿Tiene copia de las llaves?
—No, son las del ama de llaves. Presta atención. Ella, justo antes de su aseo diario, exactamente a las 6:55, deja las llaves en la taquilla de la señora de la limpieza. Esta no es tan meticulosa como el ama de llaves y no las coge enseguida, prepara sus utensilios de limpieza, coge las llaves y va al despacho, que es lo primero que limpia cada día. El ama de llaves se asea más bien rápido, yo creo que porque echa de menos su tesoro, y antes de que la señora de la limpieza termine de limpiar el despacho ella ya está allí para supervisarlo todo y recuperar lo que es suyo. Nosotras entraremos en acción en el mismo momento en el que las llaves estén en la taquilla de la señora de la limpieza. Mientras yo entretengo a la señora de la limpieza tú las cogerás. Una vez las tengas en tu poder, entrarás en el despacho, dejarás el libro y la llave en su sitio volviendo a la
taquilla para dejar las llaves nuevamente antes de que nadie se dé cuenta. ¿Qué te parece?
—Arriesgado, muy arriesgado. Tengo serias dudas de que tu plan salga bien, yo creo que deberíamos pensar otra cosa.
—¿Quién ha dicho que la vida fuera fácil? Además, no nos quedan más opciones.
—Por cierto, ¿cómo vas a entretener a la señora de la limpieza? No será tan meticulosa como el ama de llaves, pero yo creo que tienen la misma mala leche.
—Haremos lo siguiente: le diré que estás enferma y que has vomitado en la alfombra persa favorita de tu padre que hay en el salón principal. Para ello fabricaremos un vómito falso que echaremos en la alfombra. No tendrá más remedio que acudir allí antes que al despacho y, una vez ambas estemos en el salón principal, tú coges la llaves, y el resto ya lo sabes.
Estuvimos hablando toda la tarde, organizando aquel descabellado plan pasaron las horas. Me fui a dormir con la sensación de que algo saldría mal.
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